El aire del cielo, el éter o el pneuma como
materia del alma, de la mente e incluso de las divinidades y Dios mismo, a
partir del pensamiento de los filósofos jónicos.
El tiempo personal no es lineal, los
momentos psicológicos son muy diversos. La causa de ello es que nuestros
estados internos, que son lo que, más que cualquier otra cosa, conforma el
devenir de nuestra existencia, son también muy diversos y variables. No es el
mundo alrededor nuestro lo que cambia máximamente, aunque nos lo parezca, sino
que, incluso cuando el entorno permanece objetivamente estable, si nos
dedicamos a observarlo podremos ver que nuestra experiencia subjetiva sigue
fluctuando igualmente, sin que exista un motivo externo concreto y real,
‘científico’. Si somos suspicaces también podremos ver que, para afrontar esta
paradoja, lo que hacemos es buscar (y encontrar) los motivos aparentes de
nuestros cambios personales en unos contenidos mentales totalmente imaginados y
dependientes de nuestra psicología individual. Causas aparentes, que no reales,
inventadas según la situación y condición de cada uno. Ilusiones cotidianas,
más compartidas o menos.
La motivación, las expectativas, el
esfuerzo, el rendimiento... de las personas en realidad son variables por
naturaleza, a lo largo de los momentos y los días. Las mismas actividades que
realizamos habitualmente nos hacen más ganas un día que otro, o un momento que
otro, nos gustan en mayor o menor grado, las percibimos diferentes, nos cuesta
más mantener la atención o menos, las realizamos mejor o peor.
Y esto independientemente de las ‘excusas’
que encontramos. Exactamente la misma tarea en un momento y en otro, en el
mismo contexto. Y decidimos hacerla o no hacerla, cambiar en un sentido u otro,
cambiar de idea o de intención, justificar una u otra cosa, o casi la contraria
, opinar de modos diversos... entenderla de una manera o de otra muy
diferente...
El pensamiento es terriblemente inestable e
imprevisible, fluye aparte de cualquier métrica superpuesta, pero es que casi
fluye parte del mundo objetivo! No sabemos qué lo mueve y lo hace funcionar,
pero si algo sí sabemos es que no es nuestra voluntad (la cual forma parte de
él, en realidad). Pensamiento y voluntad son lo más inestable a la vez que ‘más
elevado’ de nuestra mente, según han dicho siempre los filósofos, es curioso.
Lo ‘más elevado’ es lo más propiamente humano y es, a la vez, lo que está más
alejado de nosotros, paradógicamente, lo más variable, lo más desconocido y
extraño a nuestro conocimiento. Lo proyectamos en un ‘Dios’ oculto y
misterioso, que inventamos para explicar lo que no podemos explicar.
En sus potencias elevadas la mente se mueve
por sí misma, tiene vida propia. Parece un ser autónomo, en efecto.
Es ella la
que da forma a nuestra vida subjetiva, porque, a pesar de que el conocimiento
de su mecanismo nos esté del todo vedado es ella precisamente la que define la
sucesión de nuestras experiencias vitales, nuestra biografía personal, la que
nos aporta la existencia en el modo humano que nos es propio y ordena nuestras
vivencias como personas (‘el alma’ de que hablan los clásicos o ‘el ser’ de la
fenomenología).
La mente es conocedora pero desconocida. Es
acto de conocimiento pero no objeto. No es el tiempo abstracto de los relojes,
ni son los objetos aparentes del mundo los que rigen la mente, no es nada que
conozcamos lo que lo hace en realidad, debemos reconocer si hemos de ser
honestos, mal que nos pese. Pero, es que cuanto más desconocida, más
fundamental deviene, más autónoma, más esencial,.más alma es y más ser es. Es
ella, debemos admitir, la que impone su vitalidad y variabilidad
inherentes.
Al mostrar la mente, en sus contenidos, los
atributos del mundo, de alguna manera los hace suyos.
El acto de conocimiento que es la mente se confunde con el
objeto de conocimiento que es el mundo. Mente y mundo se confunden. La mente
alcanza un nivel de realidad enorme, imponente, como el mundo mismo, o el Todo,
como enseña Spinoza. Cualquiera queda impresionado y desconsolado ante la
magnitud que alcanza el mundo mental, al que hacemos equivalente al mundo real,
y se pregunta con motivo si no debe renunciar a la búsqueda de algo tan
excesivo y desbordante.
La fe" religiosa" es la expresión de esta
renuncia, tan humana y razonable que es cuando obedece a la inevitable
resignación ante el reconocimiento de la incapacidad personal de entender, pero
que, al contrario, es irracional e inhumana cuando impone una doctrina cerrada
a quien tiene la voluntad y la posibilidad de vislumbrar más allá.
La fe, a diferencia la ciencia, no debe ser
nunca programática, sino la sana y natural aceptación del fracaso, cuando
ocurre, de lo que sí es programático en el ámbito del conocimiento y de la
ciencia. El fracaso no se debe programar.
La fe debe ser, en todo caso, punto
de llegada, no el punto de salida. Si no, se convierte imposición, doctrina,
obstáculo, renuncia y desconocimiento preestablecidos y programados. La
religión y la ciencia deberían formar parte de un mismo proceso, en el que no
debería haber, en realidad, contradicción ni conflicto, sino puro deseo de
conocimiento, por un lado, y la sana aceptación, a criterio personal, de las
limitaciones de cada uno en el logro de este conocimiento, por la otra, en una
relación de complementario y de pura libertad personal.